Afortunadamente para mi y para todos los que me rodean, soy una persona práctica.
–“Es un chico práctico”–decía mi padre, sonriendo mitad orgulloso, mitad suspicaz, cuando llegaba del colegio. No recuerdo si su comentario se debía a su intuición –de alguna forma él conocía mi costumbre de colarme en el metro– o al evidente vacío de mi mochila, en la que yo no metía un libro para poder correr más rápido. Sea como fuere, gracias a lo primero amasé el dinero suficiente para comprarme mi moto (una Studebaker del cuarenta) y esa moto pudo, a su vez, solucionar lo segundo...aunque, sinceramente, seguí llevando la mochila vacía al hombro, para ahorrar peso y gasolina.. En cualquier caso, con estos detalles salta a la vista que soy un hombre práctico.
Tengo un hijo que se beneficia directamente de mi cualidad. Pasa todo el curso en un internado, a doscientos kilómetros de Plymouth, donde está la casa de su madre. Allí le preparan para ser un digno sucesor mío. Si, si; la verdad, le echo de menos a veces, pero los sentimientos suelen ser malos consejeros a la hora de aprovechar oportunidades.
Los sentimientos resultan poco prácticos.
Ese fue el fallo de mi mujer: es poco práctica. Muy sentimental. Cuando descubrió mis escarceos con Eleanor, montó en cólera. No se lo reprocho, pero lo cierto es que se ahogó en un dedal, porque en esa relación (esporádica, lógicamente) no había nada nocivo para mi, ni para ella...y por supuesto, menos aún para Eleanor, que es un hato de virtudes y, por eso precisamente, la secretaria de mi editorial.
¡Mi editorial! He ahí un claro ejemplo de mis singulares dotes de hombre práctico. ¿Quién conocía Shaper & Gower Books antes de mi llegada a la empresa? Mi entrada fue fulgurante. Gracias al Jhonston Masters que coronó mi practicidad como estudiante, pude ocupar, de nuevas, el puesto de subdirector. Lo primero que aprecié en S&G Books, fue un exceso imperdonable de empleados. Y aunque me costó mover la voluntad del viejo Gower, al final le hice ver que resultaba poco práctico, para la editorial, un número tan alto de trabajadores. Yo fui (lo digo sin ningún remordimiento) el responsable directo de que varias decenas de rémoras cancerígenas se fueran a la calle a principios de año. Gower, no obstante, no mostró excesivo entusiasmo...
Por fortuna, murió al poco tiempo, y yo ocupé el puesto de director (Fortuna, quiero decir, para la empresa, que yo llegara a ese puesto; lo de Gower me hizo sufrir, palabra.).
Con mi instinto práctico, he impulsado a esta vieja editorial a alturas inconmensurables. En este año, 1949, somos ya la 47ª editorial más importante del oeste de Europa en la edición de manuales de Deportes de Riesgo, y la 33ª en la publicación de libros de cocina. Pero el mayor logro está en nuestro puesto nº 21, en novelas para adultos; sección impulsada por mí de forma inmediata. Las encuestas cantan.
Aunque quizá no podamos mantener este último resultado por mucho tiempo. Y todo por culpa de la crítica, con su jodida manía de buscarle las cosquillas éticas a todo. También a mis libros. Libros, por otra parte, completamente ficticios e imaginarios. ¿Acaso no repararán algún día en que esos libros son el pan mío de cada día?. Por desgracia no todos piensan como yo y hace poco, en el Times, apareció una reseña sobre nuestro último lanzamiento. Cito lo que decía, porque no tiene desperdicio: “Estamos ante una obra claramente pornográfica, de una obscenidad incuestionable, brotada de la mente enferma de algún obseso tarado. ”
Malditos puritanos. ¿Y quién les echa en cara a ellos sus templos, llenos de estatuas en pelota picada...?
Seamos prácticos, señores. Pasará la tormenta y nuestra editorial prosperará. Tal vez no hoy, pero si mañana. Es cuestión –sé que me estoy repitiendo mucho con esto, pero es importante– de ser prác-ti-cos y mirar con lupa los trabajos que traen los escritores para que los publiquemos.
No es fácil. Hace tres días, sin ir más lejos, apareció por aquí un vejete, esgrimiendo su condición de Catedrático de Oxford. (Les parecerá mentira, pero aún hoy los hay que piensan que por ser profesores, se les abrirán todas las puertas.). Aquel hombrecillo debía padecer demencia senil. No dejaba de fumar su asquerosa pipa, llenando mi oficina y mis diplomas, de nicotina que, sin duda, le llevará a la tumba. Traía, bajo del brazo, un fardo de unas mil quinientas hojas mecanografiadas que (ahora me da risa recordarlo) tenía intención de publicar con nosotros. Claro: un profesor de Oxford, si no escribe más de mil páginas no se cree lo suficientemente listo.
Pero yo si lo soy.
Le invité a sentarse y a hablarme brevemente de su trabajo. Me dijo que tenía un interés evidentemente filológico. Hasta ahí, muy bien: No tengo nada contra Aristóteles, Leonardo y los eminentes filólogos de su escuela, y yo mismo me preocupo de subir el nivel intelectual de nuestros productos de vez en cuando. Lo duro vino después, cuando aquel hombre empezó a hablarme –con toda naturalidad–de dragones, espectros con anillos, enanos de patas peludas. Me asombré, por dentro al principio, y abiertamente después, agitándome en mi sillón. Hasta que la tomó con unos árboles que andaban. En ese momento no pude reprimir una sonora carcajada. Él me miró sorprendido y en silencio.
–Mi querido profesor ¿Realmente cree que alguien publicará HOY semejante leyenda?.– se lo dije así de claro, y noté que sufría. Pero no por eso iba a dejar de ponerle lo pies en la tierra a aquel individuo, sin duda apoltronado en el trono ficticio de su condición. Le acompañé hasta la puerta, muy amablemente.
–Piense, señor profesor, que ese tipo de cuentos oscurantistas ya no se llevan: hoy impera la REALIDAD. La gente busca el beneficio máximo de las cosas. Y su trabajo, usted entenderá que se lo diga, es poco práctico en este sentido.
–Quizá tenga usted razón– musitó. Y se fue.
Sólo gracias a mi amable pragmatismo, no le mandé a la mierda nada más empezar, cuando empezó su perorata de elfos, magos, anillos con poderes y no sé que leches más.
Está muy claro; sólo escogiendo de lo bueno lo mejor, podremos poner esta editorial en un puesto competitivo. Y quién sabe si dentro de pocos meses no estaremos entre las cien editoriales más importantes de Inglaterra. ¿Y por qué?. Humildemente: porque aquí estaba yo, esa tarde, para evitar que ese profesor nos metiese semejante pandemonium en la imprenta. Si no llego a estar aquí ¿Quién me asegura que no habríamos acabado publicando esa diarrea mental? Sin algún día llegásemos a tal, iríamos a la quiebra.
Por fortuna, para mí y para los que me rodean, soy una persona práctica, etc…