DRAMATIS PERSONÆ:
Cinco alumnos de un máster en Derecho, una madre y su hijo:
Alicia: 28 años
Carlos: 28 años
José Luis: 29 años
Ana: 28 años
Yo: 28 años.
Una madre. 60 años (aprox).
Un hijo. 30 años (aprox).
(Por respeto a la privacidad de los protagonistas reales, los nombres son ficticios)
Una cafetería en un subsuelo de Madrid. 5 de marzo de 2008, 12:15 p.m.
Mi Donut de chocolate Fondant era demasiado grande para la taza de café, así que lo partí (con delicadeza, intentando no quebrar la gruesa capa de chocolate húmedo) en tres trozos iguales. Donut fuit omnis diviso in partes tres, que diría César.
Ensarté uno en el tenedor y lo hundí con cariño en el líquido humeante. Pero en esta tierra no se puede llegar a ser completamente feliz y por eso, mientras observaba arrebatado la sublime belleza del Donut y su espesa capa de chocolate fundirse con el café caliente en un romance que jamás se podría haber imaginado en dos elementos inanimados- llegaron a mis oídos las siguientes palabras de Carlos:
-..y ya en el autobús ¡zas! va Papu y echa la raba encima del conductor.
Detuve en seco el trozo de Donut que ya viajaba hacia mi boca.
-Pero si ayer era martes- apuntó Ana extrañada.
-Ya, por eso -dijo él- El nivel de estrés acumulado ya era importante así que después del salir del curro nos fuimos por ahí a echar la bestia … aunque a lo mejor nos pasamos…
-¿Estrés? ¿tú? ¿de qué?
-Pues de todo, del máster, de mis viejos, de la vida...
-¿Tu vida es muy estresante?-preguntó Alicia en tono irónico.
Y todos reímos ante la afirmación rotunda que hizo Carlos con la cabeza.
-¿Ibais con Pili y Mili?
-Noooo...¡se trataba de descansar!-contestó José Luis- algo incompatible con las novias.
-Claro.
-Bueno, a lo que iba; En cada bareto, el subnormal de Papu, para dárselas de forrado se zumbó una copita de algo caro. Claro, en el cuarto garito iba con un ciego de pelotas y al subirnos al bus, con el bamboleo, la gente, las curvas... ¡zas!
-¿Y qué paso?
-Pues que el ‘busero’ casi lo mata. Lo cogió por las solapas y lo bajó del buga.
-¿Y vosotros que hicísteis?
-Pues partirnos la ••••• de risa.
Alicia y Ana emitieron sendas risitas ridículas.
-¿Y dejasteis a Papu ahí tirado?- preguntó Ana con un brillo de malicia en la mirada.
-Sí, pero ese fue el momento clave: a partir de ahí el plan empezó a molar. La verdad: Papu es buen tipo y tal... pero siempre ha sido un poquito… no sé cómo expresarlo.
-Lento- murmuró José Luis.
-Espeso- susurró Ana.
-Eso, espeso- aprobó José Luis dando un sorbo a su Coca-Cola light.
-¿Espeso? ¡Es como llevar un elefante en brazos!- corrigió Alicia con algo que era entre un grito y una risa, sin poder evitar que múltiples trocitos de la tostada que masticaba ametrallasen su perímetro.
Todos soltaron una ruidosa carcajada. Yo no participé: sin ánimo de parecer nada que no soy, debo decir que nunca me ha gustado hablar mal de personas conocidas que no están presentes, pero aquello era más que eso. Rajar así del pobre Papu me pareció una traición. Pero no me atreví a defenderle. Jaime vio mi cara de perplejidad e intentó explicarse.
-Un poco inoportuno sí que es –me dijo, y no sé si afirmaba o preguntaba.
-Yo en el messneger lo he puesto en "ignorar"- dijo Ana riendo. Alicia la miró con una sonrisa perversa, asintiendo complaciente con la cabeza y dando a entender que ella había hecho lo mismo. Yo miré mi taza de café, acongojado. Pobre Papu.
-¡Es verdad! Cada vez que me conecto se pone a mandarme canciones y a contarme lo que ha hecho ese día... pufffff
Pensé que había llegado el momento de ignorar esa conversación desagradable, refugiarme en mi cobardía y seguir con mi Donut.
-Pero lo mejor -siguió José Luis- es que volviendo a las tres y media, va el payaso este -señalando a Carlos- y nos hace parar en una gasolinera...Paramos. Él se baja, entra …y sale a los dos minutos ¡con un Mars!
-¿Un Mars?- preguntamos todos al unísono.
-Si, sí: un Mars,… un Mars, joder una Mars, ¿sabéis? Un chocolatico.
-¿Chocolatico?
Todos miramos a Carlos en silencio, con curiosidad.
-A mí nadie me quita el Mars de por la noche -explicó él como si fuese lo más lógico del mundo- es lo único que necesito: mi Mars de por la noche. Lo demás puede irse a la mierda, pero mi Mars es sagrao: por eso mi madre siempre que hace la compra pilla una caja de Mars. Si no, ella sabe que tenemos bronca...
No sé por qué esperaba otra risita ridícula de las chicas, pero en esta ocasión permanecieron calladas, con una sonrisita forzada. Hubo un breve intervalo de conversación insustancial.
-El viernes fue el cumpleaños de Paty y fuimos a su casa -dijo Alicia muy contenta, como si se hubiese acordado de una gran noticia- Fue todo en plan lujo, pero un lujo que lo flipas, con caviar traído de no sé qué mar ruso; cada canapé podía costar veinte euros, o así.
-Dicen que ella llevaba un vestido de Versace -murmuró Ana muriéndose no sé si de indignación o de envidia.
-Seguro que era de su madre -murmuró Carlos- Están híper-forrados...
-Ya, pero sea de su madre o de quien sea, pero el vestidito puede estar perfectamente en los seis kilos.
-¿De tela?- pregunté con sorna.
-Kilos de millones. Millones de pesetas -me explicó Alicia. Simulé agradecer la aclaración, pues la sutileza había pasado desapercibida.
A continuación, la conversación subió de nivel y hablamos del '11-M'. Pero fue una subida pasajera; cuando el Donut se disolvía en mi boca y yo entornaba los ojos para concentrar toda mi consciencia en el sentido del gusto, escuché que José Luis pronunciaba estas aladas palabras:
-A mi es que el 11-M me la bufa.
-¿Como que te la bufa? -preguntó Ana- A nadie se la bufa…palmó mazo peña.
-Ya. ¿Y? -replicó José Luis encendiéndose un Marlboro Light- en este país a nadie le importa nada que haya pasado hace más de dos semanas.
-Hombre... han matado a 200 personas y no sabemos quién ha sido -dije intentando mantener la calma.
-¿Y qué podemos hacer?
-Es verdad- replicó Alicia- Es tu opinión y a mí me parece respetable.
-¿Respetable? ¿Qué opinión te parece respetable?- pregunté indignado.
-Pues que a alguien que no le interese el 11 M. No veo por qué vamos a tener que estar todos agobiados con ese tema.
Miré a Alicia de hito en hito. Ella se puso a escribir un mensaje en su móvil, como si lo que acabara de decir fuese lo más normal.
-Exacto -dijo Carlos- hay que ser tolerantes con todas las posturas. Bastantes follones hay en la vida para encima andar preocupándose por movidas del Gobierno.
-A mí, mientras no me toquen el bolsillo...-dijo José Luis- me da igual el Gobierno y la madre que lo trajo.
-Pues acabarán tocándote otra cosa- dije.
-¿Ah, sí? ¿El qué?
-Pues los cojones, hombre, los cojones.
-Mira -siguió Carlos mirándome con reprobación- La pasta es mucho más importante de lo que dice la gente cómo tú: todo el día hablando de teorías, de políticas, que si el amor, que si hay que trabajar por el bien común. Pues yo te digo esto: si no tienes pasta, no tienes comida, y si no tienes comida, te mueres de hambre y si te mueres de hambre no tienes fuerzas para trabajar por el bien común, ni para la política...
-Ni para el amor -dijo Alicia con mordacidad. El sector masculino secundó el comentario con una lluvia de guarradas bienvenidas por las chicas con más risitas insípidas. Por cuestión de espacio, no las pondré aquí: casi todos fueron comentarios carentes de ingenio.
-Si -continuó Carlos apurando su café- La pasta: ahí está el quik (sic.) de la cuestión.
-Hay que ahorrar- añadió José Luis como si revelara un conocimiento adquirido tras largos años de estudio.
-Hablábamos del 11-M- dije profundamente deprimido. Pero no sirvió de nada.
-¿Cuanto cuesta un piso de mierda en un barrio chacho y asqueroso como La Estrella? (sic.) -preguntó Ana.
-¡Eh! ¡Yo vivo en La Estrella!- murmuró Alicia ofendida.
-¡Una millonada!-continuó Ana sin hacer caso a su amiga– Así no hay quien viva.
-Yo lo tengo clarísimo –comentó Ana– hasta que me case viviré con mis padres y ahorraré todo lo que pueda... y no pienso casarme antes de los 35. Tampoco necesitaré mucho dinero: tendré un hijo...dos máximo: un niño y una niña.
-Yo me conformo con lo justo para vivir cómodo- comentó José Luis.
-¿Eso incluye el Golf que te acaba de comprar tu papá?- preguntó Carlos.
-¿Te has comprado un Golf?- preguntaron las chicas al unísono como si les hubiesen dicho que les había tocado la lotería a ellas.
-Sí: un Golf -dijo él mirando su lata de Coca-Cola light con simulado fastidio- Pero no todo el monte es orégano: he tenido que estar todo el fin de semana limpiándolo. Me he dejado 50 napos en túneles de lavado, encerados y aspiradoras.
La hora se nos había echado encima: había que volver. Subimos perezosamente las escaleras (no sé si he dicho que la cafetería está en un subsuelo) mientras Carlos nos contaba, muy dolido, que en la puerta trasera de su coche, la pintura azul metalizada se había rayado en el túnel de lavado.
Ya en la salida, enmudecimos de pronto.
Delante de nosotros, en plena calle, había una mujer de unos sesenta años empujando una aparatosa silla de ruedas en la que iba sentado su hijo (supongo que era su hijo, por lo que se verá): un chico de edad imprecisa, supongo que de unos treinta años, con una grave discapacidad mental y física, que se retorcía lentamente.
Estaba muy flaco y en su boca –de la que salían murmullos y balbuceos ininteligibles– se dibujaba una sonrisa grotesca, incontrolada. Tenía los ojos bizcos, mirando hacia el cielo... o eso parecía. De pronto, su cabeza se giró y por la comisura de los labios se deslizó un chorro de vómito blanco, que corrió por su mejilla, cayó sobre su hombro y sobre el apoyabrazos.
Su madre lo vio, trabó los frenos de las ruedas, sacó un pañuelo y limpió con mucho cuidado la cara del chico, luego su hombro y por último la silla. Luego se aseguró de que había quedado bien limpio y seco. El chico emitió unos murmullos que a mí se me antojaron de felicidad y su madre le contestó sonriendo y colocándole bien el cuello de la camisa mientras decía unas palabras cariñosas que no recuerdo. Luego se guardó el pañuelo en el bolsillo y siguió empujando la silla hasta que dobló una esquina y desapareció.
En la puerta del bar todos permanecíamos en silencio, con cara de idiotas. Era como si alguien acabara de darnos un bofetón. Un bofetón fortísimo.
-Hay cosas que no se pueden ignorar con el messenger- murmuré.
Ana se giró hacia mí.
En su mirada había una angustia infinita.