Queridos grandes peques:
Ante vuestros ojos han pasado ya inviernos y primaveras. Han visto de cerca el cariño y entusiasmo que despertáis en los que os tenemos cerca; han visto a muchos otros niños como vosotros, y el colegio y el mar... y han vertido ya las primeras y las segundas lágrimas de dolor. Ya sois unos veteranos.
El dolor. Veréis que va a estar siempre ahí, de una forma u otra. Lo más destacable del dolor es la forma en la que le pone a uno frente a sí mismo para que elija entre crecer o encogerse, entre subir o bajar, entre elegir el bien de los demás o ir -como decimos- a tu bola.
No olvidéis que nunca debéis juzgar a los que están a vuestro alrededor. Pero tampoco olvidéis que en estos tiempos las personas han perdido el respeto por el significado de las palabras y por el valor de las promesas. Por eso es importante que recordéis lo que dijo un viejo director de escuela -que ya os presentaré-: para saber cómo es una persona no debéis fijaros en sus habilidades, ni en su belleza, ni siquiera en sus palabras, sino en sus elecciones.
Tendréis a vuestro lado a personas que se verán en la encrucijada de elegir y algunas de esas elecciones os afectarán. Por ejemplo: invitaros o no a un cumple, jugar con vosotros en el recreo, ayudaros cuando lo necesitéis, o simplemente estar a vuestro lado o alejarse de vosotros.
Vosotros debéis invitar a vuestro cumple a todos los que podáis, jugar con todos en el recreo, ayudar a todos los que seáis capaces, perdonar las afrentas de los demás -ya hablaremos de eso de perdonar-,... pero no seáis ingenuos. Si necesitas saber si a alguien le importáis realmente, sólo tenéis que fijaros en sus elecciones. Y si queréis saber si crecéis de verdad o si estáis encogiendo, si os acercáis u os alejáis de lo importante, simplemente mirad vuestras propias elecciones.
Os quiere, papá.