Ha habido revuelo porque la aplicación de mensajes telefónicos WhatsApp ha decidido revisar y restringir (aun más: de cinco a uno) el número posible de reenvío de mensajes previamente reenviados en más de cinco ocasiones. La empresa aduce que estos límites “ayudarán a que WhatsApp siga siendo una aplicación de mensajería privada”. Nos preguntamos, para empezar qué tiene que ver la privacidad con el número de veces que se reenvía un mensaje. Porque no parece que la privacidad -a cuya protección apelan los dueños de la aplicación para justificar esa medida- tenga tanto que ver con cuántas veces se reenvía un mensaje, sino con por y a quiénes se envía. Así que la premisa de partida es turbia (suele serlo todo lo relacionado con el uso de las aplicaciones del grupo Facebook).
No debe olvidarse que estamos ante una aplicación que se descarga de forma “gratuita”. Podría cuestionarse que los usuarios de la aplicación tengan legitimidad para cuestionar las condiciones en las que la empresa les presta ese servicio sin coste alguno.
Por otro lado, parece que apenas estamos ante lo que parece una ligera restricción de uso respecto a los mensajes que ya se han reenviado múltiples veces (más de cinco). Además, no es que no se puedan reenviar: se puede, pero sólo a un grupo de usuarios. Cabe la alternativa de crear un nuevo mensaje con el mismo contenido (copia-pega) y enviarse ex novo los grupos que se desee (bueno, cinco máximo no se os vaya a atragantar tanta libertad junta).
Sin embargo decir que WhatsApp es gratuito es mucho decir: estamos ante una aplicación que exige una habilidad electrónica sensible para que no absorba y transmita, automáticamente y por defecto, casi todos los datos personales que tenemos en nuestros dispositivos móviles (contactos, ubicacion del teléfono, fotografías y, por supuesto, el contenido de las comunicaciones). La riqueza que obtiene WhatsApp del uso masivo y acrítico por parte de millones de usuarios es lo que se conoce como Big Data. Y es un tesoro por el que se paga mucho dinero en mercados a los que los usuarios de quienes se ha extraído tan valioso material, no tienen acceso.
En cuanto a la mecánica de restricción, es irrelevante. Para que tan paternal preocupación por parte de WhatsApp fuese moralmente admisible su intención debería ser sincera. Pero ¿puede ser sincera su intención si la justificación de la medida –proteger la privacidad- es ya directamente un bulo?
A WhatsApp, como parte de Facebook, la privacidad de sus usuarios le preocupa más bien poco con tal de que estos le permitan entrar en todos los rincones posibles de su intimidad. Es más, si algo ha demostrado el emporio de Facebook (recordemos el laberinto de la privacidad de aquella red social) es que la verdad y el bienestar moral o la virtud de sus usuarios le importa más bien poco. Más bien nada.
Así que la único que, con sana lógica, podemos deducir de esta medida es una sospecha racional de que WhatsApp realmente busca modular la opinión pública y la libre difusión de opiniones de una forma sutil y perniciosa: está educando –sin que nade se lo haya pedido- a sus usuarios.
No es descabellado ni ilegitimo añorar ver a WhatsApp bajo el peso de una multa de varios cientos de miles de millones de dólares o euros por quebrantar los principios más básicos de la buena fe y del libre albedrío; algo parecido a esas que (mucho mas injustamente) se imponen de cuando en cuando a otros gigantes tecnológicos con excusas muchísimo más rebuscadas.