Eine Alpensinfonie
"Una sinfonía Alpina" de R. Strauss
"Una sinfonía Alpina" de R. Strauss
"Una sinfonía Alpina" de R. Strauss
En octubre de 1915 Richard Strauss estrenó su «Sinfonía Alpina» en Berlín, dirigiendo a la Hofkapelle de Dresde. El mundo comprobó atónito que la tradición musical alemana era capaz de seguir sacando oro de una mina que, tras Mahler y Bruckner, parecía necesariamente agotada. El éxito fue inmediato y hasta hoy, ininterrumpido. Mis hijos pequeños de tres y cuatro años me siguen pidiendo recurrentemente "la canción de las montañas". Sus pequeños corazones ya se han quedado prendados de esa belleza incontestable.
La «Sinfonía Alpina» es, misteriosa y simultáneamente, un compendio de la vida de su compositor, de la trágica historia de la nación alemana y en último término, del Ser Humano.
Mientras se estrenaba, ardían las trincheras de la primera gran guerra mundial: Alemania azotaba otra vez a Europa exigiendo su trono, ocupado entonces por un imperio británico ya en su ocaso. Sin embargo esa Alemania floreciente, culta y poderosa volvía a estar entonces (como vuelve a estarlo ahora) maldita y abocada irremisiblemente al fracaso. Las causas originales de los estrepitosos y sucesivos hundimientos de Alemania hay que buscarlas en el siglo XVI, cuando ese pueblo asombroso rompió con sus raíces genuinas y optó por el camino ancho, mordiendo la manzana podrida que le tendió la mano de Lutero. Desde entonces hasta hoy, esa nación es como un gigante encadenado en el fondo del mar, condenado a ahogarse sin remedio cada vez que se agita la marea de la Historia. En 1915, convencida (con bastante razón) de su superioridad cultural, militar e intelectual, se dirigía rápidamente a un nuevo fracaso histórico cuya causa era, una vez más y en último término, haber dado la espalda a su Dios. Ni toda su cultura, sus sinfonías y sus riquezas evitarían a Alemania las consecuencias infernales de su pecado, aunque lo lógico para su pueblo era que una nación capaz de regalar al mundo y a la Historia la «Sinfonía Alpina» en 1915, lo sería también de ganar todas las guerras.
Al mismo tiempo la “Sinfonía Alpina», como un fruto digno de esa nación y como obra de su compositor, también estaba maldita. El talento musical de Strauss es completamente descomunal, aplastante, arrollador. No vale la pena intentar alabar o describir su inspiración y su dominio, en el sentido más absoluto del término de "dominus", de control y sometimiento a su voluntad de todos los elementos, las ciencias y las artes que es necesario conocer, aunar y amar para conseguir conjurar dignamente y para nuestro asombro, ese misterio insondable de belleza, reflejo de la armonía de Dios, que es la música.
Y la música de Strauss, asombra.
Probablemente queriendo imitar al dúo Wagner - Schopehauer, con los primeros éxitos de su juventud Strauss decidió apoyar con su música los dictados de ese petardo pseudointelectual e insufrible llamado Nietzche -que ensartó en las picas infernales del nihilismo y del vitalismo irracional las pocas esperanzas que tuvo Alemania de conseguir su renacer espiritual-. No importa si actuó por convencimiento intelectual o por sofisticación artística: no nos compete juzgar su alma, sino su música. Y así, durante un tiempo, Strauss planeó que compondría la «Sinfonía Alpina» como parte de una obra mucho más sórdida. Aludiendo que -curiosamente por influencia de Schopenahuer- Wagner había vuelto a su raíces cristianas y que Mahler, su amigo y rival, se había convertido al catolicismo, al morir este en 1911, Strauss dejó escrito: "Tengo claro que la nación alemana alcanzará una nueva energía creativa sólo liberándose del cristianismo... Llamaré a mi sinfonía alpina «el anticristo», ya que representa: purificación moral a través de la propia fuerza, liberación a través del trabajo, adoración de la naturaleza eterna y magnífica".
En ese momento quedaban cuatro años para que se desencadenase la Primera Guerra Mundial. Esbozó entonces sus primeras ideas como un homenaje al puro triunfo de la voluntad mas nietzcheano. Pero pronto abandonó el trabajo. Tres años mas tarde, en noviembre de 1914, cuando la guerra mundial empieza a revelarse como ese monstruo insaciable de sangre que resultó ser, Strauss vuelve a comenzar el trabajo. Desparecen de su sinfonía Nieztche y el anticristo y entre octubre de 1914 y febrero de 1915 Strauss compone esta obra desde una perspectiva diferente: se limita a componer una poema sinfónico con un fondo mucho más sencillo: recordando una excursión de su infancia, relata en un solo movimiento musical de tres cuartos de hora una jornada de ascenso y descenso en los picos alpinos. ¿Qué había pasado con el fondo filosófico? ¿Por qué finalmente no apoyó con su «Sinfonía Alpina» la liberación que tanto necesitaba Alemania del cristianismo (del poco que ya le quedaba)? ¿Había Strauss entendido su error? ¿La guerra había materializado lo que para él había sido antes pura teoría? ¿Se dio cuenta de que el resto del mundo rechazaría su planteamiento anticristiano? ¿Temió por su alma inmortal? No lo sabemos. Y nos da igual.
Ya hemos dicho que el éxito de su obra fue inmediato y absoluto. Sin embargo Strauss no conseguiría librarse de sufrir en lo más hondo de su persona el horror que acarrearía el triunfo de la filosofía voluntarista de Niestzche y de Schopenhauer con la llegada de los nazis al poder. El propio Strauss sería encumbrado, luego vapuleado y finalmente escupido por ese régimen -erigido sobre las premisa filosóficas que el compositor había abrazado- que llegaría a arrastrarlo, ya anciano, por los campos de concentración nazis, intentando salvar a su familia política, presa por su ascendencia judía.
En esos meses, Dresde, la bellísima ciudad de la que provenía la Hofkapelle que treinta años antes interpretaba el estreno de su sinfonía, quedó reducida a un montón de pavesas y huesos humeantes y Berlín, ciudad del estreno, derruida a bombazos desde sus cimientos. Eran los frutos del anticristo de Nietzche. Quizá Strauss, a diferencia de Alemania, supo parar a tiempo, pero pagó caro el precio de su error. Abatido, escribió en su diario: "El período más terrible de la historia humana se ha terminado, el reinado de doce años de bestialidad, ignorancia y destrucción de la cultura por parte de los mayores criminales, durante el cual los dos mil años de la evolución cultural de Alemania llegaron a su fin."
Por eso, finalmente, la «Sinfonía Alpina» tabmién es, en sí misma, resumen de esa tragedia que se encarna en Alemania y en la vida de Strauss. Cualquiera que la escuche quedará hechizado. Su fuerza, su perfección, su plenitud de armonía y de equilibrio, de sensibilidad, de maestría que inunda y desborda cada pasaje, cada compás, ya sea atronándonos (literalmente) con toda la orquesta, o con la suavidad de sus momentos más delicados, nos interpela en lo más profundo. El final de la sinfonía, como su principio, nos hunde en la tenebrosa oscuridad, justo antes de emprender un camino por las montañas (Strauss dijo -con razón- que podía poner música a una cuchara sopera, así que también se la puso a las tinieblas nocturnas en las montañas antes del amanecer y créanme, será difícil mejorar eso -tanto las tinieblas como el amanecer, mejor casi que el de su Zaratustra-).
Todos nos preguntamos qué obras habría dado al mundo alguien con el talento de Richard Strauss si hubiese tenido el respaldo y la profundidad espiritual que le arrebataron a él y a su país los falsos ídolos intelectuales que hemos mencionado. Resulta difícil imaginar cómo habría podido llegar a ser una pieza de Strauss de orden religioso. Y nunca la tendremos. Escuchando la belleza y la fuerza arrebatadora de la esta obra podemos intuir lo que habría sido y no fue.
La «Sinfonía Alpina» es el reflejo de un mundo desparecido. De un mundo que se empeñó en desaparecer. Un testimonio de que la música, las naciones y las personas, con toda su belleza y su grandeza, terminan por perder su razón de ser si rompen con Dios.
Para conocerla por primera vez, la versión omnicomprensiva que von Karajan preparó para el advenimiento del CD es perfecta. Y después también. Si más adelante el lector quiere seguir subiendo esa montaña asombrosa, tiene mucho donde elegir, inlcuyendo dos versiones dirigidas por el propio Strauss en 1936 y 1941. Una que recomiendo, a pesar de algunos problemas evidentes, es la versión que nos dejó Andrés Orozco-Estrada con la SWR Symphonieorchester de Stuttgart, recién salida del horno hace unos días -enero de 2025- y en la que el director subsana muchas de las carencias que resultó tener su versión de 2016 con la HR Symphonieorchester de Frankfurt.
Adolfo Moran Díaz, 2025