Mary "Poopins" returns
Pero... ¿por qué? ¿POR QUÉ?
Pero... ¿por qué? ¿POR QUÉ?
Ya con la ristra de éxitos -merecidos- de los 90 (La Sirenita, La bella y la bestia, Aladdin, El rey león…) la compañía Disney comenzó a aficionarse a la torpe táctica de usar sus producciones para divulgar, sutil y veladamente, su nueva (y peculiar) visión de la mujer, del hombre, de la familia “moderna" sin que dichos mensajes guardasen relación alguna con los argumentos. No quiero analizar aquí el desacierto ético o moral de los mensajes directos o subliminales de Disney, pero sí remarcar que aprovechar una creación netamente artística –como una película– para divulgar opiniones o doctrina ajena a su objeto siempre es un error técnico. Y es importante señalarlo, ya que cuando una empresa dedicada al entretenimiento se centra en el adoctrinamiento, necesariamente suele aburrir o irritar. Y es un error que en el caso de Disney ha alcanzado estatus de vicio, como puede apreciarse en sus películas más recientes, que son monótonas, predecibles e indigestas reelaboraciones de sus propias películas animadas y segundas (u novenas) partes de viejos clásicos que, en gran parte debido a esa manía de meter minas ideológicas, han resultado ser francamente aburridas. Y nadie discutirá a Capra: ese es el peor pecado que puede cometer una película.
“Mary Poppins returns” no es una excepción: es, en esencia, una basura intragable. Lo increíble es que, aunque también intenta adoctrinar, ni siquiera lo consigue; pareciera que el equipo de producción, percatándose de su falta de talento o inspiración, lo hubiese fiado todo a los profusos medios técnicos y financieros de la compañía para intentar tapar sus carencias con una explosión técnica y estética que finalmente... no funciona. Aquí Mary Poppins no regresa (sin menospreciar el esfuerzo –encomiable pero baldío– de la perturbadora Emily Blunt); tampoco hay nada parecido a los hermanos Sherman y su asombrosa y deslumbrante partitura de 1964 -en su lugar se escuchan diversas emulaciones artificiosas y carentes de vida que nadie tarareará jamás, no hay ni un sólo acierto en el guión y -lo más triste- no hay ni una pizca de algo ni parecido la pasión que Walt Disney volcó y dejó para la posteridad en la primera película.
Parece que nadie tenía ganas de hacer esta porquería. Desde el director Rob Marshall -veterano en el arte de destrozar sagas, como demostró sobradamente con la plasta de “Piratas del Caribe: en mareas misteriosas” (y desde ya apuesto contra su nueva versión live de “La Sirenita”)-, hasta la persona que diseñó el cartel publicitario -que parece el anuncio de “It” (por cierto, lo primero que dice esta nueva Mary Poppins en la película es “Tienes que tener cuidado con el viento del este, Georgie...” y le va como anillo al dedo)-.
Promediando la película tienes la súbita certeza de que te están birlando dos horas y media de tu vida. Y ese momento llega justo un instante antes de dormirte del más puñetero aburrimiento.