Hoy, Lorenzo, el tercer toro santocolomeño de "Los Maños", ha matado a Víctor Barrio, atravesándole el corazón con el pitón izquierdo. La muerte de este jovencísimo y valerosísimo torero me ha traído a la vez tristeza, rechazo y alegría.
Tristeza porque hemos perdido a un magnífico torero que tenía aún mucho que dar, desde la arena, a esa cultura, a ese arte ancestral, ese noble ritual de la tauromaquia.
Rechazo. Repulsión incontrolable pero racional -el equivalente en el plano mental a la náusea- provocada por la reacción abominable de los “amantes de los animales” que anteponen los animales a las Personas. (Si alguien se preguntaba cómo Podemos puede ser la tercera fuerza política en este difunto país, basta saber que existe gente con el espíritu dislocado hasta esos niveles). Según ha caído su cuerpo, joven y muerto, en la arena, se han arremolinado, impíos, en torno a él, cientos de tuiteros anónimos, "(antitaurinos" se llaman a sí mismos) para seguir corneándole -siempre viles, siempre cobardes: en vida no se habrían atrevido a acercarse-, ante la mirada arrasada de lágrimas de su joven esposa, con la que subió al altar hace apenas dos años.
Y me causa alegría, porque estamos ante un valiente que ha muerto haciendo lo que le apasionaba: torear. Y su sangre, mezclada con la del toro en la arena, da un valor infinito a ese arte y a esa tradición maravillosa y sublime que es la tauromaquia, tan unida a una identidad nacional –la española- en vías de extinción. Víctor ha dado su vida por esto. Cada vez que salía al ruedo, sabía que podía ser "la última vez". Los "amantes animales", enemigos de todo lo bueno, no están dispuestos a semejante sacrificio y su causa está perdida.
Víctor Barrio forma parte ya de ese resplandeciente ejército de hombres vestidos con trajes de luces que murieron atravesados por las astas de un toro bravo, en esa lucha de igual a igual, de poder a poder, que se libra en el altar de la plaza; muerto para alimentar el espíritu de los Hombres, tan sediento de la Belleza y la Verdad que se columbran en una corrida de toros.