Los veteranos de guerra cuentan durante toda su vida lo que pasó “en aquel bosque”. Hechos que quizá transcurrieron en unos días, en unas horas… y que sin embargo toda una vida no es suficiente para transmitir. Y al recordar, lloran y hablan con la mirada perdida –miran hacia adentro– sin darse cuenta de que aquellos que les escuchan a veces no entienden –no pueden entender-; no son capaces de asumir lo que supuso vivir aquello. Y aun así lo cuentan sin cansancio; y lo cuentan como quien descubre algo valioso, algo que no puede airearse constantemente, como un tesoro que debe transmitirse pero también conservarse.
Bueno, pues a mí me pasa lo mismo con determinados sucesos o parcelas de mi vida. Soy veterano de varias batallas y creo que empiezo a serlo de algunas guerras, y he visto cosas en verdad asombrosas. Y al recordarlas lloro y me quedo con la mirada perdida. Entre las más decisivas, de las que cambiaron mi vida radical y definitivamente, hay una que me hizo descubrir de qué es capaz el hombre. No dejo de repetirlo, de ensalzarlo, de intentar transmitirlo –cada vez más torpemente, lo reconozco-. Me refiero a Los Tres Mosqueteros, de Dumas.
En la oscuridad del cine, viendo "Slumdog Millonaire", salté en la butaca ante un guiño del director, Danny Boyle. La escena es sencilla, magistral: un contrapicado sobre una mesa de un colegio pobre en la que está un ejemplar cerrado de Los Tres Mosqueteros. En torno a la mesa se arremolinan los alumnos: alumnos venidos de todos los rincones, que se agolpan alrededor del libro cerrado. Se ve la mano del profesor, del maestro, posándose sobre el libro. Y lo abre.
Y me puse a llorar. Primero por resonancia, porque sentí una poderosa cercanía al alma de ese otro veterano, Danny Boyle, al que no conozco de nada, pero que es mi hermano y siempre lo ha sido y siempre lo será. De estar sólo me habría puesto de pié y habría gritado: “¡Danny, tu mensaje ha llegado: quiero estar allí! ¡Quiero estar allí! ¡Quiero ser siempre un alumno de ese colegio!”
Pero también lloraba porque a mi alrededor, nadie parecía haberse dado cuenta de lo que acababa de pasar en la pantalla.
Tanta sencillez, tanta verdad, tanta bondad, tanta belleza. Athos...
"Los tres mosqueteros" es una de las creaciones del hombre más absolutamente geniales que vieron los siglos: desde su comienzo "sinfónico", hasta su final, un torbellino pavoroso de sangre y belleza, entre olas de angustia y éxtasis a partes iguales.
Empiezo a asumir que no soy capaz de explicar lo que pienso, lo que siento respecto de Los Tres Mosqueteros. Me estoy convirtiendo en un veterano, pero de los intratables; de los que ha desistido de intentar reflejar esa verdad. Quizá por miedo a que otros no valoren el asunto como se debe, con la herida que eso inflige en lo más tierno y blando del alma. Empiezo a parecerme a un cascarrabias maniático y de voz quebrada que, con respecto a esa aventura de su vida, sólo es capaz de decir una frase:
–Ya os he dicho por qué sé lo que sé, por qué soy lo que soy: no me hagáis perder más el tiempo y leedlo de una vez, maldita sea.