Navidad 2019
24 de diciembre de 2019
24 de diciembre de 2019
«...leti, triumphantes»
Niño Jesús, Dios omnipotente:
Qué paz, que gozo triunfal saber que has nacido, que vienes a salvarnos. A todos.
Es un gozo racional, opuesto al jolgorio atolondrado, sentimental y agotador reducido a los polvorones, compras y comilonas...: es un don inmerecido, es una felicidad absoluta e inconmensurable, nublada de lágrimas de felicidad y de alivio. Debe ser parecida a la que experimentó el buen ladrón cuando supo que finalmente se salvaba, que en unos minutos estaría contigo en el Paraíso. Un viejo amigo mío llamó a eso eucatástrofe: cuando todo parece perdido, cuando la oscuridad se ha metido ya hasta la cocina del corazón y ya he pactado con el enemigo arreglos vergonzosos e irremediables, cuando me doy cuenta de que todo lo que quiero en este mundo empieza a desmoronarse y que antes o después va a desaparecer -y yo detrás-, cuando ya he bajado los brazos y claudicado, cuando los errores del pasado, el dolor causado y sufrido se acumulan como cadáveres pútridos que me aplastan... entonces llegas tú, hecho un bebé... y estoy salvado. Y durante esta noche divina recuerdo que no debo desesperar, que no debo cometer el error de dar nada por perdido, que el dolor tiene sentido, que todo tiene sentido, que no debo dejar de seguir libremente la Estrella de Belén cada día y cada noche, por todos los mares y desiertos de la vida, hasta el final.
Y entonces la oscuridad se precipita al abismo y las lágrimas corren abundantes y serenas, sanando, limpiando, como un símbolo de tu Gracia y de la salvación que nos traes hoy, de tu misericordia infinita.
2019 ha sido un año maravilloso. (Y difícil: he visto de cerca las tinieblas y una de las estrellas nuevas que en esta divina noche brillan en el Cielo me la debes a mi –y me encomiendo a la intercesión de su pureza y bondad–). Echando la vista atrás veo con nitidez tu mano, día tras día... y un año más lo único que te traigo es mi vergüenza por no haber estado a la altura y mi plegaria agradecida y gozosa, bebé omnipotente, Dios celoso:
Oh, Niño Jesús, Creador del Cielo, de la Tierra, de todo, lo visible y lo invisible; que dijiste "Haya luz" y hubo luz; que por amor a mí te has hecho Hombre para compartir mi destino y mis sufrimientos y redimirme muriendo en la Cruz:
Vengo a ponerme a tus pies y bajo el amparo de tu Madre Santísima con lo único valioso que tengo: mi mujer y mis hijos. Concédenos vivir en tu Gracia, concédenos los siete sagrados dones del Espíritu Santo y conviértenos así en estrellas de Belén: que sepamos guiarnos unos a otros hasta Tí —y llevarnos detrás a todos los que podamos.
Te pido que cuides y ampares a mis padres y mis hermanos, tropa invencible y luminosa.
Y a toda mi familia, encabezada por Bela, faro allende los mares.
A mis amigos, sobre todo a los que aun no han tenido la suerte de descubrirte aún; concédeles ver tu Estrella para que se pongan en camino y encontrarte y pasmarse ante la realidad definitiva de tu amor.
Y que, cuando llegue el momento, estemos al fin a los pies de tu cuna... y poder escuchar lo mismo que escuchó, in extremis, el ladrón arrepentido.
Amén.
Feliz Navidad.