Muy querida ahijada, Bichito-Cuqui-cuqui:
¡Bienvenida!
Sobrina, ahijada, niña: ¡Bienvenida a tu mundo, bienvenida a tu vida!
Eres un regalo de Dios para nosotros: eres la esperanza, el amanecer, una nueva oportunidad para la Humanidad.
Es maravilloso verte y oírte. ¡Me pasaría el día entero viéndote y oyéndote!
Tus padres -insensatos- han decidido confiar en mí para ser tu padrino. ¡Es una gran misión! No resulta fácil cuidar a alguien como tú en el mundo en que vivimos. Este es un mundo difícil, como irás comprobando. Difícil pero maravilloso. Y ahora, gracias a ti es aún más maravilloso.
Es mi deber transmitirte la Verdad del Hombre, hasta donde yo la conozco o puedo conocer, y darte las armas para que puedas vivir con la libertad y con la dignidad que te corresponde por ser quien eres y convertir este mundo en un lugar mejor. Por eso te iré enviando estas cartas en las que te diré todo lo que sé, lo que he aprendido, que es poco, pero es algo. Espero que te sirva para vivir o al menos para comprender cuánto te quiero.
Como ves tú y yo tenemos muchas responsabilidades pequeña. Pero no te preocupes, como decía Edith Stein, ser merecedor de una responsabilidad, por diminuta que sea, siempre es motivo de alegría.
¡Alégrate! Yo me alegro porque de alguna forma que tú hayas nacido justifica mi existencia. Tú alégrate porque conseguirás -ya lo estás consiguiendo- aquello para lo que te ha creado Dios: ser feliz y hacernos felices a los demás.
Hasta muy pronto
Tu padrino.