El aborto es lo primero
28 de diciembre de 2021
28 de diciembre de 2021
Durante 2020 en España se registraron 88.269 abortos provocados. En todo el mundo se estima que rondaron los diez millones.
La inmensidad de estas cifras suele provocar, con escasas variaciones, el siguiente sofisma: «no parece posible que la Humanidad, que se ha alzado contra tiranos y asesinos de todo tiempo y lugar, que abomina de los genocidios del pasado, pueda estar ahora transando con algo tan aparentemente perverso como la eliminación en masa de personas en el vientre materno: si el aborto existe es porque es admisible» (de lo contrario sería una masacre sin precedentes que liquida cada año el mismo número de personas que la Primera Guerra Mundial... y eso nos pondría en muy mal lugar).
En todo contacto inicial con el aborto, con lo que sucede en un aborto, siempre se percibe su malignidad intrínseca, objetiva (ajena a la culpa o intencionalidad de quienes lo promueven o practican), malignidad implacable, proyectada esencialmente sobre el no nacido, al que se mata antes de que llene sus pulmones con la primera bocanada de aire y pueda hacernos oír su llanto. Y por eso, el día que nos encontramos por primera vez con el aborto, todos pensamos o deseamos lo mismo: No será tan brutal, tan bestial… si no, alguien haría algo.
Pero así es. El aborto ya apenas suscita atención: en las “sociedades avanzadas” –con sus derechos para animales– es una cuestión menor, estacional, de segundo nivel. Rara vez consigue un titular. Incluso la oposición al aborto se hace frecuentemente bajo la borrosa bandera de una genérica “defensa de la vida”.
Y justo ahí es donde, individualmente y con muchísima frecuencia, descarrila la formación del concepto personal, directo y genuino sobre el aborto: se asume que si existe y se permite es porque, previamente, alguien –autoridades, asambleas, un consejo de sabios– lo declaró aceptable (o al menos no categóricamente malo). Y así, antes de comenzar a hacernos preguntas obvias, el aborto ya tiene argumentos, se ha abierto paso en las entrañas de las embarazadas y los niños no nacidos son fulminados a millones sin que la inmensa mayoría de las personas ni siquiera haya llegado a contemplarlo desde la perspectiva correcta.
Por eso es crucial que la gran mentira homicida vuelva a mostrarse en toda su magnitud. Para salvar a los que vendrán y pese a nuestra vergüenza y condena ante la Historia. Desde hoy, desde ya: el aborto debe pasar a la cúspide de las encrucijadas morales de nuestra época o nunca conseguiremos que ese océano de sangre inocente deje de crecer.
Tampoco pervivirá nuestra civilización que, mediante el aborto, permite a unas personas atribuirse el poder de decidir sobre la vida de otras destruyendo así el fundamento primordial de todo orden humano: la igualdad en dignidad y derecho de todos y cada uno de sus miembros, ninguno de los cuales puede pretender que su vida es más valiosa que la de otro. Sólo sobre ese principio intocable, indiscutible, puede erigirse, progresar y perdurar una jerarquía justa de derechos y valores legítimos. En el instante en que se admite el aborto quiebra ese principio y todo lo demás –por definición, subordinado al derecho individual y universal a la vida– se vuelve discutible, transable, revocable. Todos los demás principios y valores humanos, culturales y sociales quedan viciados y sobre ellos se cierne la amenaza latente de acabar también siendo valorados con criterios de conveniencia o suprimidos en pos de soluciones radicales, ajenas a cualquier valor moral, ético o social.
Urge, pues, desvelar en el aborto el más ominoso y devastador mal de nuestros tiempos, la obliteración del derecho a la vida ínsito en la individualidad sagrada y única de toda persona engendrada y no nacida; el totalitarismo más sangriento y bestial de todos los tiempos, en el que unos arrebatan a otros su vida, su cuerpo, su lugar en el mundo y en la Historia, que desde siempre les esperaba y pertenecía. Para eso habrá que despojar al aborto de todos sus disfraces y eufemismos y mostrarlo tal cual es: una tenebrosa máquina diseñada para matar sin mirar, sin oír, sin argumentos, sin juicio, sin funerales, sin entierros. Para eso, lo primero es aislar su esencia (la muerte del no nacido) de otros problemas (derechos de la mujer, concepciones no deseadas, malformaciones del no nacido, etc.) siempre diferentes y siempre, siempre subordinados al derecho primordial a la vida del no nacido.
Y solo entonces estaremos en disposición de enfrentarnos eficazmente al aborto.
Porque sólo entonces el concepto del aborto o del “derecho al aborto” suscitará la misma repulsión que un derecho a la esclavitud, al racismo, al canibalismo o cualquier otro falso “derecho” cimentado sobre la aniquilación de derechos ajenos. La falacia del “derecho al aborto” se inadmitirá categóricamente por conocerse la conspiración homicida que esconde entre argucias de progreso y libertad y se rechazará de plano cualquier debate, porque habremos comprendido que el simple debate sobre un “derecho al aborto” ya supone transar con la sacralidad de la vida de cada persona –que solo a ella pertenece y sobre la que nadie está legitimado para debatir sin caer en la más torpe contemporización: dialogar ya es reducir a la irrelevancia la existencia de la persona no nacida. La trampa ha saltado y ya es tarde–. Y se declarará que el aborto jamás es admisible porque una persona engendrada siempre es persona y es siempre inocente, con absoluta independencia de la intencionalidad, bondad, imprudencia, imprevisión, incapacidad o perversidad de sus padres. Se empezará a recelar de quienes pretendan lo contrario, pues sabremos que con la defensa del aborto buscan, en definitiva, dominar el mundo, degradando el derecho a la vida de las demás personas a un trámite administrativo propio de reses, que nacerán o no según los requisitos que ellos impongan: primero será no tener malformaciones o enfermedades, luego medios económicos o una cuestión de raza o de ideología y finalmente vender en su territorio o estar ya muy mayor o por comodidad… todo podrá convertirse en condición habilitante para ser eliminado “legalmente”.
Debemos poner fin a esta infamia histórica: hoy la abolición del aborto es la prioridad más importante, es el enemigo primero, el triunfo de la Muerte, el leviatán exterminador que impide la llegada del igual, del hermano al que amar como a nosotros mismos para convertirnos en Hombres.
Sin duda la lucha contra el aborto es una de las batallas más decisivas jamás libradas por la Humanidad. Nunca hubo tanto en juego. Nunca habíamos perdido tanto porque, en último término, la dignidad del no nacido sólo encuentra su fundamento pleno en Dios, a cuya imagen y semejanza estamos creados. El aborto es la materialización de la reunncia a Dios de nuestro tiempo, renuncia que abrió las puertas a esa diabólica voluntad que inoculó el aborto en la mente y el corazón de los Hombres, facilitandole un triunfo capital en su empeño por aniquilarnos en la oscuridad. Y ahora defenderá sus logros lanzando contra nosotros todo su poder cultural, económico y político.
Pero su esfuerzo será inútil. Y toda su fuerza parecerá nimia comparada con la que revelará nuestra primera gran victoria: salvar a una persona –una sola– de ser abortada.
Una única, maravillosa, irrepetible, asombrosa persona.
Adolfo Morán, 2021.