Caprichosa y ágil, aparece
cuando no se la espera, descalza,
risueña y siempre feliz
y espontánea, llena de pecas
feroces y sanguíneas en torno a su sonrisa,
saltando, riendo, ingeniosa
fuerte como Arnold Schwarcomo se diga...
poderosa como siete millones y medio
de tercios de Flandes o de aqueos,
y alocada como una chica joven
rebosando hormonas y ganas de juerga,
de romance, de besitos a escondidas,
de aventuras -la muy ingenua
está convencida de que existen
los príncipes azules (yo me parto)-;
seguro que dibuja corazones
en el espejo de su tocador
con pintalabios rojo al arreglarse
para salir por la tarde.
Es genial hasta decir "¡colega!".
con seis oes.
De belleza incalculable,
inexpresable, inabarcable, inexplicable
más allá o más acá de su lengua.
Bien...
Me tiene echado el ojo -me lo ha dicho
a la cara, con descaro y sin ahorrar
toda las ciencias del encanto-
y siente -también lo ha confesado-
una especial debilidad por mi.
Y cuando estoy en este sótano ella aparece.
A veces llega antes, a veces después:
a veces la encuentro sola y fresca
como una fresa que apetece
morder o deshacer entre las manos
mirándome tierna, y dice quedo:
-llevo esperándote dos horas (esto a las nueve
de la mañana)-o aparece a las dos horas,
por la espalda, de puntillas
y barre con su sonrisa implacable
todo lo que está fuera de ella
o dentro de mi en ese momento;
echa al suelo mis esfuerzos y me roba
las fuerzas. Sin quererlo yo, sin aceptarlo,
saca -por mis manos- su belleza
y me despeina con la mano (eso le encanta).
Y yo me asombro al contemplarla
tan cerca, tan inmerecida, tan cordial:
e intento verla mejor, y conocerla
saber más de su voz o de su aroma.
Pero es caprichosa y volátil
como el alcohol de quemar.
y si la tarde anterior me ha dejado
el espíritu pringado y en mi mente,
resonando promesas de matrimonio
eterno, o la suavidad de sus abrazos,
sus caricias,...
no vuelve en un mes: me deja solo
y entonces compruebo que fue ella
sola y no yo quien lo hizo todo.
Y río desesperado mientras la busco.
Pero ella, nada; -¡perra!- me hace sufrir
en mi impotencia y no vuelve
y no vuelve...y no vuelve
y...
por fin,
de nuevo, vuelve
y ríe y me contagia
con su humor exuberante;
como si nada hubiera pasado.
-Aunque a veces me ha tocado la moral
de esta manera imperdonable
y he llegado a golpearla enfurecido (¡debo
estar loco, qué insensato!) para luego
pasar algunos días sin hablarme,
pero, claro, como no, sin faltar ni una mañana
a sus trabajos junto a mí, como enfadada,
silenciosa, y siempre, por supuesto
genial, genial, genial- hasta que digo
"vale, me rindo; haz lo que quieras".
Y acabamos muy juntitos
tiraos en un rincón, fumando a pachas
un pitillo mientras me habla de sí misma
y de su ignota procedencia.
Y me persigue tenaz.
Me llama por el móvil sin descanso,
o la escucho de repente
por los bafles del Hipercor
-le importa un pito (paradoja) dar la nota-
o aparece en televisión, -primeros planos
que desmayan a un buen mozo-
persiguiéndome incansable
allí donde me canso o me descanso.
Un día se muestra humilde y sincera,
como una niña guapa, la mar de maja;
otros, no está el horno para bollos
y llega con la corona bien ceñida
las manos ensangrentadas,
destapa todo su poder y su potencia
haciéndome llorar de miedo y yo
me asusto, como un imbécil
y comprendo que es ella quien manda
y reconozco entonces que no hay otra
mejor que ella; es la más grande
la más bella, la más difícil, la más todo
-las demás que se fastidien:
que parecen asquerosas a su lado.-
y le pregunto, mirándola a los ojos, (Qué ojos,
por cierto, tiene la condenada) por qué
me da a sus favores y a otros
que pasan sus vidas enteras,
desde el lunes hasta octubre,
buscándola, llamándola, siguiéndola
se los niega sin motivo
-pues ella, (como sufro al verlo) los ignora-
muestra el pulgar hacia abajo y sonriendo
les condena al fracaso más oscuro,
al suicidio, a la locura: no les da ni una mirada
y a mi, insignificante, me mima
como si fuera su esposo, su novio, su sobrino
su nieto, su hijo, su único amor.
No me tortures más. ¿Por qué yo?
¿Por qué me persigues siempre?
Déjame de una vez, no me robes
la voz y la mente y el espíritu y la noche.
Vete.
Pero no.
Sigue bajando silenciosa tras mis pasos,
queriendo quererme con locura
como ya ha querido a muchos otros
-De hecho sé, aunque esto NO lo ha confesado
ama a otros muchos más que a mí-
para elevarlos por encima de los astros
y dejarlos , al final arriba, brillando para siempre...
y olvidarlos.
Ella es así. (¡Qué voz la suya: ni Sarah
Brightman a los veintiséis!)
Ella es así. Como siempre. Y al final
me abandonará y se irá con nuestros hijos
más allá del tiempo y del dinero.
Y olvidará mi nombre para que otros no lo olviden.
23 Octubre 2001
(al terminar el "Weddinghalle")