Hace un par de meses di de baja mi perfil en Facebook en una muestra de acierto y fortuna que -reconozco- no es habitual en mí. El motivo (principal, mas no único) que me llevó a esa decisión fue la misteriosa y creciente sensación de estar en una prisión invisible cuyas paredes se iban estrechando en torno a mí de forma opresiva, a pesar de que apenas lo utilizaba una o dos veces a la semana y de forma fugaz. A lo anterior se suma el susto que me he llevado tras mi contacto en los últimos meses con la vertiente jurídica del negocio de los "Big Data", que -ahora sí- me ha llevado a tener "muy mucho cuidado" con las redes sociales en general (y con Facebook en particular).
Entré en Facebook en 2008. Reconozco que, en un brevísimo primer momento retomé "contacto" con mucha gente de la que llevaba años sin saber nada, lo intensifiqué con quienes veía a menudo cara a cara; todo, oportunamente aguijoneado por el sutil y efectivo estímulo a la vanidad que es el denominado "Me gusta", elemento artero dirigido a espolear el ego de cualquier usuario de Facebook de dos maneras: concediéndole potestad para juzgar a otros y, al mismo tiempo, materializando el hecho de que a otros les guste lo hecho, dicho o pensado por uno. Algunos lo llaman "like". Si publicas algo en Facebook (un comentario, una foto, lo que sea) y obtiene muchos likes, has triunfado.
Pero, en fin, el tiempo fue pasando y lo que al principio parecía ser "retomar" contacto se fue revelando como un silencio incómodo e inevitable con antiguos y remotos (y siempre queridos) amigos a los que el tiempo y la distancia había alejado inexorablemente. Al mismo tiempo, respecto a los más cercanos, se fue mostrando como una perniciosa anestesia para la necesidad natural de estar con ellos. Así que, realmente, no retomé "contacto" con unos y lo fui perdiendo con otros.
También comprobé con franco disgusto que los likes que recibía lo que escribía o publicaba, no iba en proporción alguna con su eventual Bondad, Verdad o Belleza -o al humilde y fallido esfuerzo por contenellas e alcanzallas-, sino al hecho de no salirse del aburrido y anihilante jardincito de lo políticamente correcto. Cuanto más políticamente correcto se es en Facebook, más likes se obtienen.
Y esto nos lleva al factor "prisión invisible" del que hablaba al principio: en Facebook, todos lo ven todo de todos los conectados entre sí, imponiendo tácitamente un coactivo lameculismo global, derivado del la realidad más simple: cualquier cosa puede resultar, al mismo tiempo, divertida, neutra, ofensiva torpe o romántica, dependiendo de quien la vea...al tiempo que otros ven que lo ves o que eres visto así.
Un ejemplo del horror: si hoy "A" pone una foto de su perro y "B" le da un like, pero "C" no se lo da, "A" se pica con "C" y mañana le dará un like a "B" cuando ponga una foto de su gato, pero no a "C" cuando ponga una de su canario. Simultáneamente, todos los que asisten a esta sublimación de la caca, se percatan de que a "C" no le gusta el perro de "A" (o los perros, o incluso el mismo "A") y que a "A" le gustan los gatos, pero no los canarios (o que no le gusta el mismo "C"). Y al mismo tiempo, de todas esas capulladas son conscientes, en perfecta y psicótica sincronía, "A", "B" y "C", de forma que aquello que debía ser inocuo, neutral, o quizá bueno, como alabar o callar ante "algo" de un amigo, se convierte en una actividad rayana en la psicosis, desproporcionada y agotadora: una fuente perpetua de estrés ilimitado.
En Facebook es obligatorio devolver los likes a quien te los da, felicitar los cumpleaños y aplaudir las ecografías, las fotos de bebés y las frases lapidarias con tintes sapienciales y culturales -que solo los más sabios son capaces de entender (requisito necesario, claro, jeje, para darle like; -motivo por el que esas publicaciones se hinchan a likes a pesar del que el 99% de lo que se publica o escribe en esa red social es basura simple y llana).
Lo que se hace en Facebook dice de su autor mucho más y a muchas más personas de las que se puede pensar (dispuestas a pagar muchísimo dinero para saber –supongamos- qué piensan los hombres de entre 31 y 46 años en Madrid sobre -por ejemplo- el colectivo de las vacas frisonas). Hace escaso año y medio este punto no era tan crítico y tenía matices y atenuantes. Hoy, ya, sí lo es. Facebook anhela (y vive de) que sus partícipes se pongan gustosamente en las venas las etéreas cíber-agujas que les procura y se dejen sangrar todas sus intimidades, ya sea plasmando sus pensamientos íntimos o sus fotos en bikini.
Le expuse estas inquietudes a un amigo que trabajó allí durante varios años y me desveló el oculto y estrecho pasadizo digital que -con mucha paciencia- hay que recorrer para conseguir desaparecer "sin dejar rastro" de esa red social; proceso concienzudo, muy estricto y escrupuloso que tiene una duración medida de nueve meses desde su comienzo hasta el momento en que se elimina toda la información (y que compartiré gustoso con quien me lo pida) La red social del "Libro de la Cara", se revela ya como una genuina, esencial y definitiva "red", en el sentido más clásico de "trampa" o "lazo".
Después me he enterado por otros medios que alguno y alguna se ha enfadado pensando que lo que he hecho es eliminarles de mis amistades en Facebook. Oh prodigio: me importa un carajo. Mis amigos de verdad, de una forma u otra, tienen teléfono o mi correo electrónico, donde les espero siempre ansioso e impaciente por escucharles, leerles y -sobre todo- por verles.