Me gusta la palabra “pornografía”, me parece horrísona y malsonante y atendiendo a su significado resulta prodigioso su parentesco sonoro con otra palabra con la que, por pura casualidad semántica, guarda relación connotativa: “porcina” (y nadie negará el vínculo entre los cerdos y la pornografía).
Hace unos días aprecié en toda su crudeza la conformidad general ante la proliferación y facilidad de acceso a la pornografía cuando, en un titular de un periódico nacional, en la sección de economía, leí que una tal Lourdes Marcos había sido nombrada directora comercial de "Playboy" en España –y al leerlo noté que algo me chirrió en el cerebelo–. Casi al mismo tiempo me acordé de una escena de la magistral serie de televisión “El Ala oeste de la Casa Blanca”. En el primer episodio, un individuo le pregunta al presidente Bartlet:
—Señor presidente: que un chico pueda comprar una revista pornográfica por diez centavos ¿no le parece que es pagar un precio demasiado alto por la libertad de expresión?
—No. Y diez centavos me parece un precio muy alto para una revista pornográfica.
Hace cinco años coincidía con toda la frase. Hoy ya sólo con la segunda mitad: cualquier dinero es demasiado a cambio de una revista pornográfica, por cuanto la pornografía no sólo no tiene ningún valor, sino que además lo resta a quienes alcanza… en cambio, decir que la pornografía no es una concesión grave por una supuesta libertad de expresión es decir demasiado –o dar mucho por supuesto–.
Contra la actual tendencia de presentar la pornografía como inocua o intrascendente, de dar su "consumo" por sentado, de tenerla como un mueble más en el escaparate de “curiosidades de nuestros locos tiempos", debe empezar a oponerse una resistencia –al menos– estrictamente racional. Al escuchar expresiones como “Director comercial de Playboy” o “Industria pornográfica” la única reacción cabal es un rechazo innato o una carcajada despectiva. No es razonable que se nos presente la pornografía como el fruto de una industria, como la textil o la aeronáutica; o que una persona puede ocupar el puesto de “dirección comercial” de una revista pornográfica y oír hablar de eso en los periódicos al mismo nivel que del gerente de Barcklays o del Consejo de Administración de J.P. Morgan (en vez de escuchar que es una rata de alcantarilla que ha vendido su alma para vivir de animalizar y degradar a toda la sociedad, ocupando un puesto del que se avergonzarán todos sus descendientes).
Porque la pornografía, que pretende reducirse a un vicio privado sin especiales consecuencias, es una lenta, perniciosa y eficaz manera de socavar la sacralidad del Ser Humano (especialmente la dignidad inconmensurable de la Mujer). Es como una hermanita pequeña de cosas más serias, una avanzadilla, una pequeña fábrica de tontitos salidos.
Lo siento, Lourdes: tu trabajo no es tal: es mierda. Tu puesto no es tal: es mierda. El ejemplo que das es mierda. Lo que haces con las mujeres en tu revista –también querida, también– es mierda.
Alguien tenía que hacerte el favor de decírtelo.