La sonda Cassini emprende en estos días el tramo final de su larguísimo viaje, adentrándose -dice la prensa- "entre Saturno y sus anillos" (como si fuesen cosas diferentes). Ha tardado veinte años en llegar hasta allí; veinte años de viaje paciente y esperanzado por la inmensidad silenciosa y oscura del Universo.
El 15 de octubre de 1997 un cohete Titán IV - Centauro, de la Lockheed Martin, llevando en su interior la nave y la sonda "Casini-Huygens" -uno de los aparatos más grandes catapultados jamás al Espacio- se elevó rugiendo en la noche, rumbo al infinito.
Veinte años ha tardado en ir desde las cálidas costas de Florida a las cortinas de hielo que saltan al Espacio en los abismos polares de Encélado.
Aunque en términos históricos veinte años es una minucia, es suficiente para que un buen puñado de personas que trabajaron mucho, muy bien y con mucha ilusión para conseguir esta proeza, hayan ido muriendo, sin poder disfrutar aquí esa maravilla que otros, en cambio, sí hemos podido admirar, contemplar y disfrutar.
Es un gran momento. No sólo por el brillante triunfo de la voluntad y la inteligencia del Hombre, que se plasma de forma irrefutable en el simple hecho de "haber llegado a Saturno", sino por el triunfo del amor que impulsa el corazón de los Hombres y le lleva a estas aventuras, sabiendo que muy probablemente sus ojos no verán el final o el fruto de sus esfuerzos, pero sus hijos sí. Y eso es un triunfo de la Humanidad, que de esa forma logra parecerse un poco más a su Dios, al que tan olvidado tiene, pero al que tanto refleja aun de manera involuntaria.
Porque la NASA no lo dice en sus comunicados, pero uno de los motivos por los que se lanzan sondas al Espacio es porque la Humanidad, sin reconocerlo expresamente, está desesperada por conseguir que, en uno de sus giros orbitales, una de esas sondas se encuentre frente a frente con Dios. Y aunque Dios ha elegido otros caminos para revelarse y eso no va a suceder, sí que es un momento para elevar una plegaria a nuestro Creador, porque –usando las palabras de Eric Lidl en "Carros de Fuego"- Dios nos hizo para conquistar la Creación; y cuando conseguimos surcar los anillos de Saturno, "sentimos que se complace".
Así pues, toca plegaria:
Oh Dios Padre nuestro, Creador de los cielos,
en los que pusiste una chispa de tu belleza,
Tú que pusiste los anillos coloridos a Saturno,
y sembraste el Cosmos de astros poderosos
de mil formas y colores, como huevos de pascua
en ese jardín infinito para ilusión y sorpresa de tus hijos
míranos, Padre, cumplir tus designios,
conquistando y sometiendo tierras y cielos:
no a nosotros, Señor, no a nosotros la gloria, si no a tu Santo Nombre.
Concédenos que esta búsqueda en las distancias infinitas del Espacio
nos lleve a descubrir el verdadero Infinito de tu Amor
y culminar el Viaje único, la más grande aventura:
la que nos llevará a tu lado para siempre.
Amén.