Acostumbrados a los últimos -exactamente- sesenta papas, que llevaron el peso de la Iglesia sobre sus hombros hasta el momento de la muerte, la renuncia de Benedicto XVI ha sido una sorpresa para los católicos.
La mayoría de la Iglesia ha reaccionado con agradecimiento y serenidad, pero ha habido minorías ruidosas que han cañoneado sobre la decisión del Papa -o sobre el Papa directamente- a distintos niveles: se ha dicho que “se ha bajado de la cruz"; otros han insinuado que su marcha obedece a una situación crítica y grave de la curia que ha terminado por superarle; otros, más atrevidos, han imputado la causa a una crisis espiritual del pontífice y la han comparado -muy desafortunadamente- con un divorcio y muchos otros disparates que no vale la pena resumir.
Después hay quien ha pedido perdón, pero no al Papa: parece que al Papa no hace falta pedirle perdón.
Detrás de todas esas voces histéricas de gallinero alterado apenas se ha podido escuchar la voz de Benedicto XVI, que explicaba con una claridad meridiana (y cito): "Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de uno mismo(1)." El papa sabía qué efecto iba a causar su decisión. ¿Algún iluso se pensaba que Benedicto XVI, una de las mentes más preclaras de la Historia, no sabía que esto iba a suceder?
No había que darle más vueltas. No, al menos, fuera de ese motivo. Quien conozca a Benedicto XVI o su obra; la potencia y el rigor de su mente, la coherencia titánica de su vida y sus ideas, no necesita más que esa frase para saber que el Papa renuncia única y exclusivamente porque tiene la convicción de que su renuncia es lo mejor para la Iglesia. Esa (y sólo esa) es la causa y el motivo de Benedicto XVI. Todo lo demás son teorías, construcciones espurias, invenciones y cábalas de tarotistas.
Un argumento, un motivo de Benedicto XVI es algo demasiado robusto; no puede obviarse sin motivo. Y ahí está el primer y definitivo error de las críticas o interpretaciones que han tenido el arrojo de cuestionar la decisión de Benedicto XVI: ni siquiera han tenido la cortesía u honradez intelectual de exponer por qué no dan por válida la explicación del pontífice. Asombra constatar que los periódicos de tirada nacional, que preguntan por las fuentes de noticias en el vestuario de equipos de fútbol regional antes de dar una noticia por válida, dejen hueco a semejante falta de rigor y publiquen simples conjeturas -negligentes algunas, ridículas otras- sobre lo que esconden los rincones de la mente, el alma y el corazón de Benedicto XVI, incluso sin guardar ninguna consonancia con el resto de su vida.
Afortunadamente no han tardado en llegar los defensores del Papa, que han tenido muy fácil el contraataque y han puesto en fuga con rapidez a los analíticos “piratas”. Por ejemplo, decía Camuñas Baena que dirigir las miradas inquisitivas buscando una posible causa de la marcha de Benedicto XVI hacia una curia terca y poco dócil "es una hipocresía mayúscula: la Iglesia sufre las consecuencias de los desmanes de todos nosotros, de nuestros valores relativos y cambiantes, del mal que anida en nuestros corazones, del que salen las violencias, las traiciones y todas las iniquidades(2)." Y en cualquier caso ¿dónde están las fuentes que hablan de esa curia dura de cerviz? No es que sea imposible que haya una situación así: es que no se puede demostrar que haya una situación así y presuponerla es calificar con un "suspenso" la motivación del Papa y ponerse a buscar argumentos mejores.
Y los que lo han hecho han sucumbido en ridículos estrepitosos. No conozco sus vidas, ni sus adentros, pero parece (igual me equivoco -ojalá me equivoque-) que la marcha de Benedicto XVI les ha puesto frente a problemas y dilemas propios, causando una reacción parecida a un “sí, sí: Dios está ahí, pero tampoco tanto, no te pases”. Como si fuese necesario algo gordo y oscuro, un diabólico gato encerrado, un pastel cósmico que justifique mejor que los argumentos del pontífice su decisión de marchar. Quizá (igual me equivoco -ojalá me equivoque-) en su fuero interno han dado por hecho que existe ese gato encerrado, que el Papa se va porque está cansado, porque quiere dedicarse a tocar el piano... y al ir a hacer una apologética de emergencia fundada en cualquier causa ajena a la que ha expuesto Benedicto, han caído en su propio enredo y han acabado ardiendo en su propia hoguera.
A esos, les dejo una anécdota que quizá les sirva -o quizá no-: hace un tiempo, emitieron por televisión un documental sobre la vida que llevan ocho cartujos que quedan en un monasterio cerca del Pirineo. En un momento dado le preguntaron al prior por la incorporación del último monje. Había sido 16 años atrás. El periodista, tras constatar que la media de edad del monasterio era de 89 años, se limitó decir que, si eso seguía así, los Cartujos desaparecerían inexorablemente en poco tiempo. El cartujo sonrió y sin prestar casi importancia al asunto dijo: “Lo que debe perdurar es la Iglesia: si Dios quiere que los cartujos desaparezcamos, eso es exactamente lo que tenemos que hacer”.
Claro que para poder hablar así hay que estar cerca muy cerca de Dios. Casi tan cerca como Benedicto. Sólo así se entiende que el papa realmente no va a ninguna parte: sigue en la Iglesia, donde Dios le dice que debe seguir. Y eso es algo irreprochable por sí mismo y que sí está en consonancia con toda su vida.
Y aunque deseo de corazón que los cartujos no desaparezcan, entiendo y admiro la mentalidad del prior. Y si me siento indefenso porque Benedicto ya no está al timón y el primus primi de mi corazón desea que ojalá estuviese ahí otros cincuenta años, acepto con inmenso agradecimiento su marcha y espero algún día llegar a estar yo una milésima parte de lo cerca que está él de Dios.
¡Gracias, Benedicto XVI!
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1.- AUDIENCIA GENERAL de Benedicto XVI. Plaza de San Pedro. Miércoles 27 de febrero de 20132.- Artículo publicado en "El Mundo" el 28 de febrero de 2013.*.- De 2013...