"Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?"
M.T. Cícerón
Que la soberbia es algo malo lo sabemos todos; lo nauseabunda que puede resultar lo aprendemos sólo cuando alguien nos salpica con la suya. Y hoy, a todas horas, nos salpican y nos ponen perdidos, y llegamos a la noche bañaditos en esa brea asquerosa y pestilente que supura la soberbia.
El motivo es sencillo: por un lado, tenemos una masa gregaria y adocenadita, con una capacidad de pensamiento crítico y/o analítico cercano o inferior al cero absoluto. Por otro, tenemos muchísimos "megáfonos" o "manifestódromos" -como definió de forma magistral un amigo mío en un relato corto así titulado y referido a Internet- materializados en redes sociales, blogs, aplicaciones móviles, podcast, etc., etc., etc., etc., que cualquiera puede utilizar para lanzar al desdichado mundo sus mierdeces sin necesidad de acreditar previamente mérito, talento o capacidad de ningún tipo.
Es muy diferente a lo que pasaba en los ochenta, cuando nadie te hacía caso a menos que dijeses algo muy interesante y muy bien dicho que suscitase el interés de algún periódico (con sus redacciones desbordadas de cartas al director) o alguna editorial (también saturada de manuscritos y borradores).
Hoy en cambio, cualquiera lerdo puede lanzar a los cuatro ciber-vientos sus ocurrencias, normalmente plagadas de torpeza o monotonía, cuando no de errores brutales de forma o de fondo, de estilo chabacano o sin ningún estilo, asaz, claro, del más prodigioso, habitual y misterioso vacío humano, alzándose sobre su propio auto-pedestal, creyendo que el silencio del rechazo con que se le responde se debe al bullente y reflexivo pensamiento que su genialidad ha desatado en una multitud de espectadores (siendo en realidad todos -genialidad, pensamiento y multitud de espectadores- completamente inexistentes).
Todo esto ha provocado la aparición del "autocrack", que es esa persona que se auto-nombra maestro de la Humanidad y pastor de pueblos y se irroga la facultad de asaetear con total libertad a sus congéneres con mensajes, artículos, chats y envíos masivos que -por su más unívoco, solitario y dictatorial criterio- "a los demás les va a venir al dedo... y si no quieren que me lo digan y dejo de mandárselo". Frase que, a modo de disclaimer, el autocrak siempre (siempre, s-i-e-m-p-r-e) deja caer, antes o después, de manera tramposa, como un contrato de adhesión que impone el lado incómodo o antipático a quien lo recibe, arrastrándole a la obligación no querida ni buscada, de aceptarlo tácitamente o rechazarlo expresamente. Y da igual con qué nos esté bombardeando: ya sean las cosas más altas o las más bajas de la Humanidad: el autocrack que nos las endilga siempre nos placará a priori, frotándonos por la cara la vigencia de nuestra libertad para decirle que no queremos que nos enchufe sus pollinadas (y sí: suena tan ridículo como lo es en la realidad).
De esta guisa, de la noche a la mañana, alguien que tiene -por ejemplo- un teléfono inofensivo, pasa a tener, de pronto, una fuente inconsentida de artículos de filosofía contemporánea -que le interesa un culo-, o de disertaciones sobre arte minoico, o de pornografía devastadora, o sobre gastronomía nórdica, o sobre la cotidianidad personal e íntima mas insustancial de cualquier cebollino, o sobre............... (rellenar con lo que proceda).
Ante la confianza que los autocracks tienen en sí mismos a la hora de incrustarnos sus ocurrencias, los pobres espectadores, por la delicadeza y educación más básicas, callamos -e incluso manifestamos algún breve y humilde agradecimiento por haber sido incluidos en esos envíos masivos que no hemos pedido y sin embargo no dejamos de recibir-.
El momento crítico frente a un autocrack llega en el instante en que echa a volar. Por ejemplo: le preguntas o le propones algo, traído a cuento de su envío ...y eres ignorado. Ya no está ahí para ti: tras enviar su sublimidad se ha auto-ido al paraíso de los autocracks y ya no tiene tiempo para sus autofans. Es entonces cuando sientes que tus humildes entretelas, que a pesar de su debilidad han aguantado estoicamente los latigazos del seipsum proclamado pastor de pueblos, se rasgan y sangran copiosamente, víctimas de un desprecio inmerecido.
Pues yo os digo, autocracks (siendo tal -por si no ha quedado claro- cualquiera que arroje ciber-cosas del tipo que sean, a una pluralidad de sujetos que no se las haya pedido), algo que podéis aplicaros sin reparo ni matiz de ninguna clase:
sois un coñazo insufrible
(por favor, releedlo)
Si tienes algo que decir, cuélgalo o publícalo en algún lugar de acceso tan libre como estimes oportuno. Luego avisas a tus allegados o a quienes creas que les podría llegar a interesar, lo que has hecho y explicas si se trata de algo puntual o si es ahí donde, en el futuro, vas a ir desovando tus gloriosos brotes.
Y si queremos, iremos, y si no, no iremos.
No olvidéis dos cosas obvias, autocracks: tener un medio de decir algo, no implica el deber, ni la conveniencia de decirlo (ni, por supuesto, la obligación del Mundo de tener que escuchar, soportar, tolerar o recibir neuras que no nos interesan o sobre las que sabemos mucho más que vosotros). Y al mismo tiempo que, si realmente tienes talento y algo importante y bueno que decir, iremos todos en tropel, sedientos...y si no, no iremos (o dejaremos de ir).
Así pues, autocracks: echadle valor (y talento si lo hubiere), pero, en cualquier caso, por favor, quitadnos ese molesto y repugnante embudo que nos habéis empotrado en la boca.
Muchas gracias.