Un par de guionistas (dos hombres, qué curioso) siguen causando furor con la secuela cinematográfica de "Sexo en Nueva York". Y ojo, porque a los novatos, el título en inglés nos impacta aún más: "The sex and the City". El Sexo y la Ciudad: al mismo nivel, maribel.
Inducido por una crítica de la que solía fiarme -ojo al tiempo verbal- decidí ver algún capítulo de esta serie de culto para tantas chicas de entre 15 y 30 años. El argumento es el siguiente: un grupo de amigas es feliz en función del eje formado por el sexo, la moda y el dinero (por ese orden). Asistí asombrado a un cúmulo de crisis hormonales-afectivo-depresivas regadas por repetidas escenas de sexo muy explícito. Nueva York sin embargo, ni apareció.
Salí pensando que, si hubiese que elegir una categoría en una videoteca para archivar esta movida, sería la de "Ciencia Ficción" porque las protagonistas no son seres reales, que uno se encuentre entre sus conocidas, no son de la tierra: son seres ficticios mezcla de mona (mandril) salida, pija idiota, geisha despreciable y extraterrestre con pechugas de silicona, todo junto.
Constaté que, de las mujeres que conozco –por cierto bastante más interesantes, inteligentes y divertidas que las protagonistas de esa serie–, ninguna siente, piensa ni vive como las perras en celo que protagonizan ese bodrio surgido de la mente obsesa de dos salidos que están consiguiendo reventar tres de los mejores dones de la vida: las mujeres, el sexo y Nueva York.
Que nadie se engañe. Es sólo una muestra más de uno de los peores (por devastadores; estratégicamente es brillante) ataques a la humanidad acaecidos en el siglo XX: el intento por quebrantar la piedra angular de la civilización occidental: la Mujer. Porque no hay que olvidar que esta civilización ha nacido, crecido, aprendido a amar, a vivir y a morir al calor del seno y del corazón de cada una de sus mujeres, en el sentido más absoluto, humano y espiritual. Por eso el título correcto de esa mierda de serie sería "El sexo contra Nueva York".
Porque ni la Bradshaw esa -a la que desprecio profundamente- ni ninguna de sus muchas alumnas, aleccionadas por la tele con basuras como esta, podrán seguir humanizando occidente, que se vendrá abajo a menos que algunas mujeres de verdad vengan a salvarnos.